23/2/11

Arde el Magreb. Y, entretanto, Europa . . . . “a uvas”


Desde que el pasado 17 de diciembre el ciudadano tunecino Mohamed Bouazizi se quemara vivo  en Túnez en protesta por la injusticia de la “justicia” (o autoridad, o gobierno, o como se le quiera llamar) de “su” país que, por un lado, le negaba un puesto de trabajo a base de saquear la economía nacional a favor de unos pocos y, por otro, le “confiscaba” su “industria” alternativa consistente en un carrito con frutas para vender, estamos asistiendo a una sucesión, “vertiginosa” de acontecimientos que, querámoslo o no, van a cambiar, probablemente mucho más de lo que suponemos, y mucho menos de lo que sería deseable, los precarios equilibrios del orden político y económico mundial, así como el reparto “real” de fuerzas en este planeta que llamamos Tierra.
Reparto de poder que, tras la debacle de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), pasó a tener un único “dueño” (EEUU), que no tuvo reparos para,  por un lado, utilizar miserablemente su ventaja para terminar de arruinar la voluntad de cambio de algunos políticos soviéticos como Mihail Gorbachov, sin quien hubiera sido impensable ese cambio pacífico y, por otro, arrogarse, ya sin tapujos, la condición de capataz universal, ninguneando a la ONU y a todos los países que no se sometieran a su dictado.
Desde entonces (finales de los años 80) un único país, gobernado por un personaje bastante corto de entendederas, pero perfectamente arropado y teledirigido por la patronal del armamento y las grandes corporaciones norteamericanas, se dedicó en cuerpo y alma, acompañado desde Inglaterra por Margaret Thatcher, a socavar el papel de la ONU y arremeter contra el “consenso social” que, desde el final de la segunda guerra mundial (2 de septiembre de 1945), había permitido “progresar” al mundo occidental, intercambiando “derechos” civiles y sociales, por “paz empresarial”.
Habría mucho que hablar de lo que ha ocurrido en estos 30 años en el mundo, pero por simplificar podemos “poner el reloj en hora” y constatar que, en los países ricos (aquellos cuyos ciudadanos comen -todos- 3 veces al día) nos hemos dedicado a mirarnos nuestro propio  el ombligo (cada cual el suyo), ignorando deliberadamente las injusticias (flagrantes y perfectamente constatadas) que nos permitían nuestro “nivel de vida” a costa de la miseria y el sufrimiento de, más o menos, las tres cuartas partes de la población del planeta.
Bueno: pues cabe esperar que, con un poco de suerte, eso pudiera empezar a cambiar.
No será de un día para otro y será un proceso de límites difusos, con avances y retrocesos, pero afortunadamente imparable. Y, a todos, para mal o para bien, nos afectará.
Personalmente, aunque aparentemente tengamos más que perder, que qué ganar, me alegro. Es “de justicia” y, posiblemente, compartiendo una mínima parte de lo que “no necesitamos” el mundo sea un lugar más amable para “los otros”.

Lo que me preocupa, indigna, sorprende y regocija (todo a la vez y por ese mismo orden) es que la historia nos ha pillado “con el pañal levantado”, no sólo a los ciudadanos, que ya se sabe que somos medio bobos y no tenemos otro interés que la “marcha de la liga”, los eructos verbales de Belén Esteban y el festival de Eurorrisión, sino, sobre todo, a nuestros políticos que, aparte de cínicos, están demostrando ser unos perfectos cenutrios, incapaces siquiera de ver más allá de sus propias narices, ya que parece excesivo pretender de “semejante ganado” (que me perdonen, pero esa es la definición que, a este respecto, mejor les cuadra), el menor gesto de, lucidez, reconocimiento de culpa (o errores) y no digamos ya de “grandeza moral”.
Nada de eso, por supuesto, pero es que, ni siquiera, visión de futuro ni otra estrategia a seguir que no sea meter la cabeza bajo el ala y esperar a ver si escampa y por dónde sale el sol.
Europa está en estos momentos, como digo en el encabezamiento, “a uvas” y lo lamentaremos más pronto que tarde.
En todo caso esta miseria moral de la ciudadanía de occidente es perfectamente coherente con la  “mansedumbre” que venimos mostrando ante el brutal expolio de nuestros derechos cívicos y sociales.
Cómo vamos a ser capaces de mostrar dignidad o coraje para defender “lo ajeno” si permitimos que nos escupan en nuestra propia cara mientras nuestros representantes nos ordenan que nos vaciemos los bolsillos porque “los mercados” así lo exigen.
Meditemos, hermanos.                   

1 comentario:

Alonso González dijo...

Tiene usted toda la razón.
Y quiero añadir que:

"A veces(aunque no suele ser así), cambiar el muro de la casa del vecino puede ayudarnos a reparar en las gritas de nuestro propio tejado"