31/10/12

Reflexiones ante la próxima huelga general del 14 de noviembre (II)

Cada día que pasa es un eslabón más a añadir a la cadena de desatinos e injusticias con las que nuestros gobernantes, abdicando de su responsabilidad de garantes del “bien común”, nos desprecian, como si fuéramos tontos, nos humillan como si fuéramos siervos y nos joden la vida, como si de por sí no fuera ya lo suficientemente jodida para los de abajo.

Y, sin embargo, nos comportamos como mansos corderos.
Nos limitamos a despotricar entre amigos y a dárnoslas de “objetivos” y “radicales” poniendo a caer de un burro a los funcionarios, a los políticos, a los sindicatos y a los inmigrantes, además de afirmar que, aunque no es nuestro caso, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y que este “estado de bienestar” resulta a todas luces “insostenible”
Hecho esto, nos reintegramos pacientemente al redil del hábito diario y, mientras intentamos ponernos de perfil para pasarle desapercibidos a la crisis, temblamos como conejos en la madriguera pensando en nuestros hijos, o en nuestro negro futuro.
Porque sabemos que, al paso que vamos, el ángel de la muerte (del desempleo) marcará con sangre el dintel de nuestra casa y se llevará al primogénito (o, con tiempo y un poco de mala suerte, a toda la familia entera).

Y cada día tenemos noticia de alguna nueva víctima, más o menos cercana.
Y vemos pelar las barbas del vecino.
Y comprobamos que el saldo de nuestra cuenta empieza a tener problemas para atender a la compañía del Gas, a la comunidad de propietarios, a la Visa, el puñetero e inoportuno seguro, el recibo de la guardería (o el colegio), la paga de los chavales, el gasoil del coche, el recibo del IBI, la compra en el supermercado, . . .
Y, mientras nos duran (si los tenemos), vamos tirando de “los ahorros” viendo como merman y queriendo creer que esto es un episodio pasajero; pero sabiendo que, muy probablemente, el día de hoy será mejor que el de mañana.
Y entretanto, nuestro gobierno decide que compremos a los bancos y las inmobiliarias toda la morralla con la que enmierdaron el territorio, corrompieron a políticos y funcionarios, engordaron los beneficios y los riesgos de los bancos (españoles y extranjeros) y se metieron en un instante en el bolsillo el dinero que nuestros hijos y otros infelices tendrán que pagar de por vida.
Y para ello nosotros pondremos el dinero, porque el que pusieron nuestros hijos al comprar su vivienda ha desaparecido y la vivienda ya no vale lo que les cobraron.
Y el dinero de nuestros impuestos ya no es para pagar la pensión de la suegra, o las medicinas de los enfermos, sino -gracias a los dos partidos mayoritarios (mal rayo les parta a todos los que votaron semejante traición)- para impedir que quiebren los bancos alemanes, franceses y holandeses mediante el procedimiento de mantener en pié los muertos vivientes de nuestra banca y grandes empresas nacionales.
Banca y grandes empresas que tienen deudas cuatro veces mayores que las de los ciudadanos y el propio Estado.
Y que contrajeron dichas deudas, no para crear riqueza, ni producir nada de provecho, sino para limitarse a barajar los billetes en compras, fusiones, absorciones y otras fantasías, mientras unos cobraban comisiones por todo ese “trabajo”, otros se repartían “dividendos” (con cargo a la futura quiebra de las empresas) y los más aprovechados se forraban el riñón con sueldos astronómicos.
No sé si esto que cuento se parece a la realidad, pero así es como yo lo estoy viendo.
Y, en estás andábamos, cuando se ha convocado “otra” Huelga General.
¿Qué hacer?
    

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