25/8/13

Pequeñas cosas que ayudan a cambiar (I) ‘’El comercio de proximidad’’






Desde hace años, con mayor o menor disciplina, pero con la voluntad de no cejar en mi empeño, vengo intentando poner en práctica pequeños gestos que, según mi criterio, pueden ayudar a no empeorar demasiado el mundo en el que vivo.
A la vista de los hechos, parece claro que mi éxito es más bien escaso.
Sin embargo cada día que pasa me engolfo más en mantener esa batalla sorda contra la inercia que me impele a “hacer lo que se me manda” en materia de consumo.
Y lo cierto es que no solo disfruto con este “juego”, sino que, además, voy adquiriendo una serie de “conocimientos” que, aunque no me hacen sabio, reducen mi ignorancia y empiezan a propiciarme lo que yo creo que empieza a ser una visión “de conjunto” del maremágnum que es la economía de mercado (de consumo) y las muchas “trampas” que nos tiende sin que nos percatemos.
Son muchas las cuestiones a tener en cuenta y todas ellas importantes.
Y, como soy incapaz de ordenarlas y sistematizarlas, he decidido ir contando las que se me ocurren (y medianamente conozco por experiencia propia) por si a algún diletante le sirven de entretenimiento.
Las reglas son simples:

1     Se trata de decisiones sencillas (no heroicas) que creo que seré capaz de mantener en el tiempo.
2      Las llevo a cabo en la medida que puedo. Sin hacer trampas, pero sin atormentarme cuando no puedo “cumplir”.
3     Procuro antes de “embarcarme” valorar los “pros” y los “contras” (sociales, medioambientales, morales y económicos) y voy ajustando las “dosis” a la medida de mi convencimiento.
4     No me meto en polémicas con quienes las cuestionan, salvo para intentar averiguar si tienen razón (cosa que a menudo ocurre)
5    No espero "resultados". La filosofía del asunto es esa de “un grano no hace granero, . . . (pero ayuda al compañero)”.
Dicho esto, cuento que desde hace ya bastante tiempo empecé a discriminar mis compras alimentarias en función de una serie de criterios tales como la exclusión de “transgénicos” (OMG u organismos genéticamente modificados), depredación del medio ambiente y las poblaciones productoras (como los langostinos de acuicultura) o el empleo se sistemas “intensivos” de producción (huevos y carnes) y, también, todo aquello que me oliera a una “gran multinacional” excluyendo del mercado a la competencia y medrando a costa de la miseria de los productores.
Bueno: Pues de eso hablaré otro día.
Hoy voy a cantar únicamente las “excelencias” del comercio de proximidad.
Me estoy refiriendo a la elección (cuando se puede) de los productos que se han fabricado o cosechado lo más cerca posible del punto de consumo.
Evitando de este modo el que una pierna de cordero tenga que viajar (refrigerada) 20.000 km desde nueva Zelanda hasta mi plato, mientras se van cerrando pequeñas (y no tan pequeñas) explotaciones en Extremadura, Castilla-León, Castilla-La Mancha, Aragón o Navarra. Explotaciones que, además, en el caso del cordero se alimentan exclusivamente de “pasto” y cuyos “bichos” viven al aire libre.
O (ejemplo más reciente) que las naranjas recorran aproximadamente 10.000 km desde Argentina, cuando a 350 km. tengo la huerta valenciana donde también las hay.
O comprobando que (cosa aún más curiosa) si busco con cuidado, puedo comprar garbanzos y alubias de León y Palencia en lugar de las que, bajo nombres y etiquetas aparentemente locales, se importan de Méjico y Canadá y que –aunque cueste creerlo- suponen el 95% de la oferta de los hipermercados (Alcampo, Carrefour, Mercadona, . . .)
Esa casi diaria selección me supone 10 o 15 minutos adicionales de “investigación, porque no es fácil averiguar la verdad a simple vista (la verdad la escriben con letra muy pequeña y en sitios insospechados), pero me resulta divertida y cada día que pasa me cuesta menos y me voy haciendo más a la idea de cómo funciona este mundo.
La ventaja de este planteamiento, obviamente deriva de la racionalidad de no tener que transportar (contaminación, coste económico y despilfarro energético) los productos.
Pero es que, además, en la mayoría de los casos estamos favoreciendo a los pequeños productores locales que habitualmente son los que utilizan sistemas menos insostenibles o incluso directamente más ecológicos.
Tuve algún remordimiento inicial al pensar que con mi actitud privaba a esos países exportadores de los ingresos para mantener a sus ciudadanos.
Pero pronto me convencí de que los limones argentinos no se los estaba comprando a los herederos de Martín Fierro, sino muy posiblemente a alguna multinacional como La Moraleja que probablemente no sea un ejemplo de redistribución de la riqueza ni de compromiso medioambiental. (y que conste que no quiero hablar de Bárcenas, ni del Partido Popular)  
Por supuesto, como “no hay atajo sin trabajo”, este comportamiento, además de requerir un mínimo esfuerzo (sobre todo mental) incrementa un poco el importe de la factura, aunque bastante menos de lo que suelo ahorrarme no comprando cosas innecesarias y, a veces, malsanas.    
Saludos.

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