Sé
que el asunto del sentido del voto propio suele ser una cuestión que mucha
gente procura mantener “en la intimidad”.
Y
me parece práctica tan respetable como su contraria; aunque en general un
servidor no ha tenido nunca empacho contar a quien ha votado.
Siempre
he renegado públicamente del llamado “voto útil” por considerar que tan sólo
servía para garantizar la permanencia de unos políticos y unas políticas “inútiles”
(y, en los últimos tiempos, ya descaradamente perversas).
Y
siempre he presumido de votar con “la cabeza”, pero sin quitarme la mano del corazón.
Sin
embargo, el próximo día 24, por primera vez en mi vida, voy a quebrantar esa
norma y voy a apoyar con mi voto a una candidatura de personas a las que, por
unas u otras razones, no querría votar.
Comprendo
que lo más sensato en estas circunstancias sería callarme y procurar que nadie
se entere.